Page 24 - BAT Lengua castellana y literatura
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                 PONTE A PRUEBA
   Javier Marías Franco (Madrid, 1951- 2022) es un escritor, profesor, traduc- tor, articulista y editor español. Desde 2008 es miembro numerario de la Real Academia Española.
Su primera novela, Los dominios del lobo (1971), junto a las siguientes, llamaron la atención de la crítica por su originalidad. A partir de 1986, año de la publicación de El hombre sentimental (1986, premio Herralde), publica novelas en que los protago- nistas son intérpretes o traductores, personas que, según él, han renunciado a sus propias voces. En 1979 recibió el Premio Nacional de traducción por una de sus traducciones más desta- cada: Tristam Shandy, de Sterne. En 2012, fue galardonado con el Premio Nacional de Narrativa español del Ministerio de Cultura, pero lo rechazó porque no quería ningún premio que procediera del erario público.
Palabras que me impiden seguir leyendo
1 TODO ESCRITOR, que se pasa la vida eligiendo y descartando vocabulario, acaba teniendo sus manías, sus filias y fobias, sus preferencias y aversiones. En realidad, eso le ocurre a cualquiera, pues todos hacemos uso de la len- gua con mayor o menor grado de conciencia, y todos tendemos a aceptar o
5 rechazar palabras, intuitiva o deliberadamente. Cada época sufre sus modas y sus plagas, y lo penoso es que estas son abrazadas acríticamente o con papa- natismo por millares de personas, que las repiten machaconamente como papagayos, hasta la náusea. Esos individuos creen a menudo estar diciendo algo original, cuando lo que dicen es un tópico. O creen ser «modernos», o
10 estarles haciendo un guiño a sus correligionarios, por el mero uso de ciertos términos. Recuerdo que hace unos años todo era «coral» y «mestizo»; hoy es todo «transversal», convertido en uno de esos vocablos que, cuando me los encuentro en un texto —o los oigo en una televisión o una radio—, me ins- tan a abandonar de inmediato la lectura —o a cambiar de cadena—, sabedor
15 de que quien escribe o habla está abonado a los lugares comunes y no piensa por sí mismo.
Antes de que empiecen a indignarse quienes los emplean, conviene aclarar que yo sí hablo solamente por mí mismo. Que me IRRITEN términos o expre- siones no supone nada, ninguna condena. Es solo que a mí me SACAN DE
20 QUICIO y que no los soporto, lo mismo que a una pazguata de antaño la hería leer «coño» o «cojones», o que a un recio varón le producían arcadas los «nenúfares» y «azahares» de un poema. Debo decir con lástima que el actual feminismo ha plagiado o acuñado unos cuantos palabros que me atraviesan los ojos y oídos. En cuanto me aparecen el espantoso «empoderar» y sus deri-
25 vados («empoderamiento», «empoderador»), interrumpo al instante el artí- culo o el libro, por mucho que la Real Academia Española los haya admitido en el Diccionario. Lo mismo me ocurre con «heteropatriarcal» y no digamos con «heteropatriarcalizar», que, aparte de larguísimos, me parecen injustos e inexactos. [...] El desdichado sufijo «-uno» no es demasiado frecuente en
30 nuestra lengua, seguramente por feo y zafio. Cada vez que leo «viejuno» (en vez de «vetusto», por ejemplo), ya sé que quien me lo suelta es mimético.
Otro tanto me sucede con quienes empalman sin cesar verbos cursis calcados del inglés más estúpido, como «empatizar», «socializar», «interactuar» y simi- lares. Estoy seguro de que un escritor no vale la pena —y de que además es
35 un pardillo deslumbrado— si recurre a la expresión inglesa «ponerse en sus zapatos», que es como se dice en esa lengua lo que aquí siempre se ha dicho «en su lugar» y «en su pellejo».
La fórmula «esto no va de mujeres, va de libertades» y parecidas me produ-
cen un sarpullido más grave que la idiotizada expresión «sí o sí», omnipre- 40 sente. En cuanto al horroroso y mal formado «ojiplático», que ya ha pedido su ingreso en el Diccionario, qué quieren. Pretender que a partir de «se me quedaron los ojos como platos» se cree ese engendro, es como aspirar a que también se incluyan «carnigallináceo», «pelipúntico» y «peliescárpico» para designar cómo nos quedamos cuando nos emocionamos o nos llevamos un
45 susto. Hay más, pero por hoy ya es bastante.
JAVIER MARÍAS, «Palabras que me impiden seguir leyendo», El País, 16 de diciembre de 2018
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