Page 9 - Dosier de Lengua castellana y literatura 4
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                  El Romanticismo 1
  Gustavo Adolfo Bécquer
El Monte de las Ánimas
La noche de difuntos, Alonso, enamorado de su prima Beatriz y espoleado por esta, se arriesga a ir al Monte de las Ánimas para recuperar una banda azul que ella dice haber perdido.
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de so- nar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho. —¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen. Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso. Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sue- ños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entrea- brió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana. —Será el viento —dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido so- bre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente. Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, estas con un ruido sordo y grave, aquellas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anun- cian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad. Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabe- za fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diver- sos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio. Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables. —¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho—; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
  Gustavo Adolfo Bécquer (1836- 1870) logró su fama poética con las composiciones reuni- das en sus Rimas, con una poe- sía emocional y sencilla.
En los veintiocho relatos que conforman sus célebres Leyen- das mezcló géneros y estra- tegias narrativas en historias populares repletas de miste- rio y de la fascinación por lo extraordinario. Con una prosa casi poética, el autor sevillano dio rienda suelta a su lado más tenebroso para explorar un «Romanticismo oscuro» en el que la ambientación lúgubre y el gusto por lo sobrenatural se explayan en lugares bien cer- canos.
 gozne Bisagra, herraje de las puertas y ventanas.
crispador Irritante.
conseja Cuento, fábula o patraña que se cuenta como
si hubiera sucedido en
tiempos lejanos.
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